(In)Seguridad energética y defensa nacional: transición energética y la guerra en Ucrania

(In)Seguridad energética y defensa nacional:  transición energética y la guerra en Ucrania

El 24 de febrero de 2022 se inauguró un nuevo capítulo dentro de la historia mundial a partir de la invasión rusa a Ucrania. Cuando la historia parecía iniciar un proceso de desaceleración y progresiva normalización luego de la crisis provocada por el virus COVID-19, la superpotencia militar y nuclear decidió cruzar su frontera oeste reclamando “desmilitarizar y desnazificar” a Ucrania, y así suspender nuevamente el normal movimiento del tiempo.

Rusia inauguró una nueva coyuntura crítica en el funcionamiento del orden mundial. La teoría de las trayectorias dependientes definen a las coyunturas críticas como esos nodos temporales en los que se suspende la historia, y se puede barajar de nuevo, habilitando casi cualquier resultado posible. Esto es, un momento singular de redefinición completa de los parámetros que estructuran la realidad, donde todo outcome es posible, y la “historia se escribe de nuevo”. Sin dudas, la invasión rusa sacudió la historia provocando la re-desestabilización de la humanidad, allí cuando afloraba una precaria e incipiente normalización en un mundo “post”-COVID. Rusia puso fin a aquella ilusión (un poco naive) de un mundo cooperativo, debido a desafíos comunes y compartidos en materia de salud, recordándonos que el sujeto de la historia fue (y sigue siendo) el Estado, y que la defensa de los intereses nacionales sigue siendo el principal (y único) conductor de las decisiones políticas.

Esta invasión provocó una de las mayores crisis humanitarias de la historia, en materia de emigración y desplazados. Pero a su vez, parece haber iniciado en Europa (y potencialmente en el mundo) una interesante y profunda reflexión y potencial redefinición de políticas públicas en materia energética. A pesar de ser una guerra claramente focalizada a nivel territorial, es decir una guerra bien europea, las consecuencias en materia energética serían globales, dada la importancia de Rusia como proveedor de fuentes de energía a nivel mundial -siendo uno de los mayores exportadores de gas y petróleo del mundo. Incluso, a nivel cotidiano y cuasi anecdótico, cualquier ciudadano occidental debe haber experimentado un importante aumento en el precio del combustible para sus vehículos.

Este impacto global de un conflicto “local” habilitaría también una reflexión sobre los parámetros de producción y consumos energéticos a nivel global. Así, el pasado 27 de abril, la empresa estatal rusa Gazprom suspendió por completo el suministro de gas a Bulgaria y Polonia -ambos países de la Unión Europea y la OTAN. Rusia suministra alrededor del 40% promedio del gas natural de Europa, llegando a casos como el de Bulgaria (90%), Austria (80%), Polonia (55%) o Alemania (55%). Europa a su vez importa el 27% de su petróleo de Rusia. En este sentido, el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, declaró que “”hemos dado a Ucrania 1.000 millones de euros, que puede parecer mucho, pero 1.000 millones de euros es lo que damos a Putin cada día. Desde que empezó la guerra, le hemos dado 35.000 millones de euros. Compárenlo con los 1.000 millones de los ucranianos”.

Según datos de World Energy Data, en 2020 el 61% de la generación de energía a nivel global provenía de combustibles fósiles (petróleo, gas natural y carbón), mientras que el 35% de energías renovables (solar y eólica) y nuclear[1]. Hoy en día, el mundo necesita 100 millones de barriles de petróleo por día para satisfacer sus necesidades de consumo[2].

Así, la guerra en Ucrania podría estar a su vez acelerando o reactivando -por motivos geopolíticos- una importante y profunda discusión a nivel nacional y mundial respecto de la transición energética y las distintas fuentes de generación de energía. Recordemos que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) celebrada en Glasgow en 2021, estableció nuevos, ambiciosos y necesarios compromisos nacionales para combatir el cambio climático y reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Allí, los países se comprometieron a respetar los acuerdos de París y limitar el incremento de la temperatura media mundial a 2 °C por encima del nivel preindustrial y no superar 1,5 °C. Y a su vez, a abandonar el uso de combustibles fósiles, reduciendo y eliminando sus subsidios -entre otros compromisos.

En efecto, una de las consecuencias no buscadas de la invasión rusa a Ucrania podría resultar una revitalizada presión -principalmente en Europa y por razones políticas- para abandonar los combustibles fósiles (rusos) y explorar nuevas formas de generación de energía. Es decir, una comunión no intencionada entre COP26 y guerra rusa, que podría significar el inicio real de aquel camino al que se comprometieron los países en 2021 en Glasgow.

Cabe aclarar que este rechazo geopolítico al gas y petróleo ruso no significa un rechazo al gas y al petróleo en general (o no ruso). La primera reacción de los países europeos ante la guerra fue buscar otras fuentes de provisión de combustibles fósiles para suplir sus necesidades de corto plazo. Pero, también, habría inaugurado una segunda reacción, más débil y lejana, de búsqueda de fuentes alternativas (no fósiles) de energía. Por ejemplo, la prensa alemana anunció una reflexión y potencial reconsideración de su shutdown nuclear (recordemos que hace casi una década Alemania decidió el cierre de sus seis centrales nucleares antes de la finalización de su vida útil, a raíz de las repercusiones por el accidente nuclear japonés de 2011). Hoy en día la generación de energía nuclear en Alemania representa alrededor del 6% total -comparado con el 22% del 2010. Lo más probable es que Alemania finalice su shutdown nuclear, sin embargo y más allá del resultado, la reflexión estuvo. En el mismo sentido, y quince días antes de la invasión rusa, el Presidente francés anunció el relanzamiento de su plan nuclear con el anuncio de la construcción de hasta 14 nuevos reactores nucleares de potencia.

En este sentido, el Director General (DG) del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Rafael Grossi, anunció un auge nuclear debido a la combinación del cambio climático y la guerra en Ucrania. En efecto, declaró que “sin la energía nuclear no es posible avanzar al paso requerido en materia de descarbonización. O puesto de otra manera: sin la energía nuclear es mucho más difícil o imposible.” [3] Y a su vez, la reactivada presión para alejarse de la dependencia energética (fósil) con Rusia podría resultar otro factor para reconsiderar otras fuentes de energía, como la nuclear[4]. En efecto, el DG del OIEA consideró que la guerra en Ucrania podría estar revirtiendo aquel alejamiento de lo nuclear provocado por el accidente de 2011: “creo que lo que habrá es una desaceleración bastante marcada de la caída del factor nuclear que estaba prevista (hasta hace poco)”[5]

En este sentido, las energías renovables y la energía nuclear se podrían presentar como una solución superadora que permitiría reducir la generación de gases de efecto invernadero, e iniciar un lento camino hacia la seguridad y autonomía energética. Así, la industria nuclear podría estar presenciando un lento renacimiento potenciado por los compromisos de la COP26 y la necesidad de reducir la dependencia con el gas y petróleo ruso.

Este proceso habilita algunos interrogantes. Uno de ellos es el rol y futuro de la importante empresa nuclear rusa Rosatom. Esta es uno de los principales jugadores mundiales en materia de construcción y desarrollo de reactores nucleares de potencia, y que al momento del inicio de la guerra tenía varios proyectos en marcha o proyectados. Otro interrogante es acerca del rol que podrían cumplir los reactores nucleares avanzados y/o los pequeños reactores modulares (Small Modular Reactor, SMR por su sigla en inglés) como opciones viables para países que estén considerando la opción nuclear para su matriz energética (newcomers). Estos reactores son más pequeños, eficientes y modulares (es decir permiten ir agregando módulos y hacer crecer la capacidad instalada dado que los componentes se arman en la fábrica y se transportan como una unidad para su instalación), y habilitarían y viabilizarían la aparición de más proyectos nucleares de generación eléctrica en países que aún no cuentan con energía nuclear.

Más allá de estos interrogantes, resulta evidente que la guerra en Ucrania habría habilitado aquella coyuntura crítica a la que hacíamos referencia. El resultado de ese proceso, es decir el outcome “elegido”, aún está por definirse. Lo que sí está claro es que el mundo y la historia saldrán distintos de esta guerra: miles de muertes, nuevos crímenes de guerra, violaciones de derechos humanos, millones de refugiados… Sin dudas, un escenario más oscuro, sombrío y triste. La única consecuencia relativamente positiva, aunque definitivamente no intencional, de esta guerra podría ser cierta revitalización de fuentes alternativas de generación de energía, en tanto táctica político/militar de combate a Rusia y de búsqueda de seguridad energética nacional. Quizás esta resulte la única flor que podría nacer de los escombros y las fosas comunes ucranianas.

La guerra en ucrania provocó una de las mayores crisis humanitarias de la historia. Pero a su vez, parece haber iniciado en Europa (y potencialmente en el mundo) una interesante y profunda reflexión y potencial redefinición de políticas públicas en materia energética.

Rusia suministra alrededor del 40% promedio del gas natural de Europa, llegando a casos como el de Bulgaria (90%), Austria (80%), Polonia (55%) o Alemania (55%). Europa a su vez importa el 27% de su petróleo de Rusia.

Josep Borrell, declaró que “”hemos dado a Ucrania 1.000 millones de euros, pero 1.000 millones de euros es lo que damos a Putin cada día. Desde que empezó la guerra, le hemos dado 35.000 millones de euros. Compárenlo con los 1.000 millones de los ucranianos”.

En efecto, una de las consecuencias no buscadas de la invasión rusa a Ucrania podría resultar una revitalizada presión -principalmente en Europa y por razones políticas- para abandonar los combustibles fósiles (rusos) y explorar nuevas formas de generación de energía.

Cabe aclarar que este rechazo al gas y petróleo ruso no significa un rechazo a estos en general. La primera reacción Europea fue buscar otras fuentes de combustibles fósiles. Pero, también, habría inaugurado una segunda reacción de búsqueda de fuentes alternativas de energía.

En este sentido, las energías renovables y la energía nuclear se podrían presentar como una solución superadora que permitiría reducir la generación de gases de efecto invernadero, e iniciar un lento camino hacia la seguridad y autonomía energética.


[1] https://www.worldenergydata.org/world-final-energy/

[2] https://www.eleconomista.com.mx/opinion/La-guerra-de-Putin-y-la-energia-mundial-20220314-0142.html

[3] https://www.swissinfo.ch/spa/energ%C3%ADa-nuclear_grossi–oiea–prev%C3%A9-auge-nuclear-por-cambio-clim%C3%A1tico-y-guerra-de-ucrania/47573210

[4] https://www.swissinfo.ch/spa/energ%C3%ADa-nuclear_grossi–oiea–prev%C3%A9-auge-nuclear-por-cambio-clim%C3%A1tico-y-guerra-de-ucrania/47573210

[5] https://www.swissinfo.ch/spa/energ%C3%ADa-nuclear_grossi–oiea–prev%C3%A9-auge-nuclear-por-cambio-clim%C3%A1tico-y-guerra-de-ucrania/47573210