Taiwán: derecho internacional y gasto militar
Sin dudas vivimos en un mundo complicado, que ha acelerado su complejización en los últimos años. La pandemia provocada por el virus del COVID-19 y la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022, inauguraron un escenario internacional laberíntico, donde la salida no es clara ni única, ni por el frente ni por arriba. Los principios rectores de la geopolítica global y el derecho internacional que supieron “ordenar” el mundo post segunda guerra mundial, post caída de la Unión Soviética, post atentados del 11 de septiembre, etc. se han revolucionado y reconfigurado a partir de aquella peligrosa combinación entre pandemia y guerra ruso-ucraniana.
Pero la historia no se detiene, sino que acelera. Cuando el mundo parecía haber aprendido a “convivir”, aceptar y mitigar los efectos negativos de la pandemia gracias a aquella prolífica combinación entre distancia social, máscaras y repetición de vacunas, y una nueva normalidad afloraba y “tranquilizaba” al comercio internacional proveyendo nuevos parámetros de normalización y horizontes de previsibilidad, el “oso” de Europa del este se “despertó”. Así, Rusia invadió parte del territorio ucraniano y derrumbó aquel frágil nuevo naciente equilibrio mundial, y nos devolvió al casillero 1.
Y a su vez, después de 6 meses de guerra, cuando ya parecía que aquel “espíritu de la historia” hegeliano había desplegado toda su maldad (por momentos, casi ficcional), la Presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi decidió direccionar su Air Force Spar19 desde Kuala Lumpur, Malasia, a Taipéi, Taiwán. El 2 de agosto de 2022, Pelosi se transformó en la mayor autoridad estadounidense en visitar la Isla de Taiwán en los últimos 25 años. Y el timing no podía ser más perfecto, en esa saga cuasi ficcional que la humanidad experimenta hace más de 3 años. Y así, el Dragón despertaba.
El conflicto entre la China continental y la China insular se remonta hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Luego de la derrota de Japón, China reclamó soberanía sobre la isla de Taiwán (también llamada Formosa) y tomó el control de ese territorio. A su vez, en 1949, se desató el conflicto entre el partido comunista chino y el partido nacionalista chino (Kuomintang o KMT) que terminó en el triunfo del primero, el comienzo de la República Popular China, y el refugio del Partido Nacionalista en el pequeño territorio insular de Taiwán -fundando allí informalmente la República de China.
A su vez, el 25 de octubre de 1971, las Naciones Unidas, en la resolución 2758, reconocieron a la República Popular China como el legítimo y único representante de China, desplazando de esa posición a Chiang Kai-shek -representante hasta ese momento de China desde la isla de Taiwán. Y desde entonces comenzó un complejo proceso sin resolución aparente, fácil o inmediata.
El status político de la isla de Taiwán resulta uno de los conflictos territoriales más importantes y difíciles de resolver de la historia moderna. Los representantes de la República de China (esto es, Taiwán) reclaman su independencia en cumplimiento con los principios estipulados en la Convención de Montevideo de 1933, dado que Taiwán tiene una población permanente, un gobierno, un territorio y la capacidad de ser reconocido como tal por otros países. Actualmente 13 Estados lo reconocen como tal -incluido el Vaticano. A su vez, la República Popular de China (China continental) define a Taiwán como una provincia y reclama autoridad y control total de este territorio.
A su vez, en 1992 se celebró en Hong Kong un consenso informal entre representantes de ambas entidades, en las que se “formalizaba” una especie de convivencia y equilibrio de facto y “estable” en las que las partes aceptaban la existencia de “una China”, pero con “diferentes interpretaciones”. Es decir, acordaban la existencia de una única China, sin que hubiera acuerdo de cuál de las dos era la “verdadera”. Así, postergaban el conflicto, ganaban tiempo, y creaban un frágil equilibrio inestable.
Sin embargo, esto no se mantendría así por mucho tiempo. El partido que gobernaba Taiwán durante la celebración del “consenso de 1992” (KMT) lo hacía bajo un régimen no democrático e imponiendo la ley marcial. En 1996, Taiwán inició un sorprendente proceso de democratización que terminó en la derrota del KMT, y el triunfo del Partido Progresista Democrático. Este partido -actualmente en el gobierno- niega aquel “consenso” reclamando autonomía y autogobierno.
En efecto, la visita de alto mando a la isla de Taiwán puede ser redefinida en un escenario geopolítico global complejo, en transición y multipolar. En un contexto en el que Rusia intenta expandir su presencia y hegemonía territorial en el este de Europa y China busca expandir constantemente su influencia política en todo el mundo a partir de una agresiva estrategia comercial y financiera, Pelosi encuadra su visita como una “defensa vital de la democracia y la libertad”. Así, esta “cruzada democrática” busca incluirse en los principios fundamentales y fundacionales de la Carta de las Naciones Unidas, más específicamente en el Capítulo XI, artículos 73 y 74, donde se anhela por la autodeterminación de los pueblos, el derecho al autogobierno y la pacífica vecindad de las naciones.
La combinación entre este conflicto latente entre China y Taiwán, y la guerra en Ucrania, producen un escenario global donde conviven el idealismo y el realismo en las relaciones internacionales y entre Estados. El derecho internacional y los principios rectores de las Naciones Unidas buscan regir las decisiones políticas nacionales, mientras que las potencias mundiales recurren a principios realistas de superioridad militar y comercial. La reflexión que se inaugura con estos dos conflictos -uno real y concreto, y otro latente- es hasta qué punto gobierna el derecho internacional. La historia reciente parecería inclinarse hacia la superación de conflictos a partir de la demostración del poder bélico y de fuerza de los Estados. Y en este código, lo único que parecería frenar una fuerza, es otra fuerza opuesta igual o mayor. Y ahí, la “cruzada democrática” de Pelosi.
Estados Unidos, Rusia y China son los 3 países que más invierten en gasto militar (en ese orden). Como podemos ver en la siguiente figura 1, China tiene una capacidad militar muy superior a la de Taiwán.
La pregunta entonces que surge del análisis de este complejo conflicto es por qué el Dragón no ha recurrido a la estrategia del Oso. Por qué, por el momento, sólo ha recurrido a estrategias de influencia comercial, fake news, y política partidaria subterránea, sólo mostrando su fuego en ejercicios militares y bloqueo de la isla por tres días. La respuesta y resolución del conflicto aún no se ha revelado. La historia todavía está desplegándose y si algo enseñaron los últimos años es que todo puede suceder.