Capitanes de “Huracanes”: estabilidad ejecutiva durante procesos extraordinarios
Protestas y Piscinas
El pasado 15 de julio, el parlamento de Sri Lanka confirmó la renuncia a la presidencia del héroe militar nacional Gotabaya Rajapaksa, luego de meses de constantes protestas en las calles de Colombo. El complejo proceso que culminó con el fin de una dinastía política tradicional esrilanqués dejó imágenes singulares que recorrieron el mundo. Sin dudas, algunas de las que quedarán en la memoria global colectiva serán las de los protestantes “disfrutando” de la piscina de la residencia presidencial, tocando el piano, comiendo en la cama del presidente, etc.
Este levantamiento popular parecería ser el resultado de una profunda y larga crisis económica que habría dejado al país en la bancarrota, combinado con un desabastecimiento general de comida y combustible, denuncias de corrupción, hambre y pobreza generalizados. En efecto, las calles de Sri Lanka se vieron inundadas de protestantes pidiendo la dimisión de quien otrora hubiera sido un héroe militar y miembro de una familia presidencial tradicional que gobernó el país por más de 20 años (dentro de los casi 70 de independencia).
Más allá de las particularidades históricas, políticas y contextuales, nos interesa tomar este caso como una nueva evidencia de una creciente tendencia hacia cierta inestabilidad ejecutiva. Como se ha analizado mucho en ciencia política comparada, las sociedades actuales (aun las que no son democracias liberales) cuentan con más recursos en términos de disponibilidad de información y capacidad de movilización. Esto habilita lo que el politólogo argentino Pérez Liñán denominó una creciente cultura vigilante y de protesta por parte de la ciudadanía, con especial foco en los casos de escándalos presidenciales (no sólo en la figura del/la presidente/a, sino también en todo su entorno familiar) (Pérez Liñan, Juicio Político al Presidente, 2007).
A continuación, intentaremos analizar aquella creciente inestabilidad ejecutiva, intentando incluir variables exógenas en las consideraciones de los procesos políticos.
“Huracanes” y el tiempo de la historia
Existen determinados momentos en los que la historia y el tiempo se desincronizan. Esto es, momentos en los que la historia avanza un poco más rápido que la normalidad del tiempo. Sin dudas, podemos coincidir que en los últimos 3 años (tomando como hito fundacional los últimos meses de 2019), la historia se ha acelerado. Metafórica y simbólicamente, a partir (y por) la pandemia provocada por el virus del COVID-19, podríamos argumentar que el mundo ha cambiado, y no para de cambiar. Lo que en siglos anteriores quizá tomaba décadas en desplegarse, aquí ha tomado (y sigue tomando) tan sólo unos meses: pandemia del COVID-19, invasión de Rusia a Ucrania, levantamientos populares en América Latina y África, recambios presidenciales, desastres naturales, matanzas masivas en Estados Unidos, recalentamiento del conflicto de Taiwán, reactivación del conflicto en Israel, nueva emergencia sanitaria por la llamada “viruela del mono”, recalentamiento del conflicto en la península coreana, crisis energética mundial, crisis comercial mundial (recordemos el barco atascado en el canal de Suez en Julio de 2021), un asalto cuasi surrealista al Capitolio, calentamiento global, inundaciones, terremotos, etc. Como humanidad, hemos experimentado fenómenos que sólo las películas más taquilleras de Los Ángeles habían imaginado. Esto es, una serie de contingencias para los que los países no estaban preparados.
Desde ya que esa lista no es comprensiva. Resulta tan sólo un intento de ilustrar todo lo que ha pasado a nivel mundial en los últimos casi 34 meses… 1100 días. La arista que intentamos iluminar aquí es que todos esos complejos procesos sociales, políticos y naturales tienen también un efecto exógeno sobre la política doméstica ejerciendo una presión especial sobre la estabilidad ejecutiva. Como si fueran un huracán (simbólico… aunque también los hubo reales), que todo lo arrasa. Los sistemas políticos han estado experimentando una compleja y creciente combinación de shocks exógenos con crisis intestinas domésticas.
Los Padres Fundadores y los eventos extraordinarios
El punto que intentamos hacer, provocado por el caso de Sri Lanka, es uno -quizá- bastante básico y simple: existe una creciente presión exterior sobre los gobiernos nacionales con fenómenos cada vez más complejos, extraños, contingentes y estocásticos.
Sin embargo, la mayor parte de los arreglos constitucionales y entramados institucionales vigentes a nivel local, nacional, regional e internacional no están completamente preparados para anticipar y poder lidiar con la complejidad, velocidad y singularidad de las contingencias sucedidas en los últimos 30 meses. La mayoría de los arreglos constitucionales e institucionales datan de mediados de Siglo XX hacia atrás. Aquel mundo que intentaban regular y normativizar cada uno de los padres fundadores de cada nación resultaba menos complejo, más “lento”, más univariado, más “pequeño” y menos global. Constituciones y arreglos político-institucionales pensados para proveer soluciones locales a problemas locales, y situaciones “normales y ordinarias”. Pero, lo que nos ha enseñado la historia reciente es que lo extraordinario también sucede. Y el interrogante que se abre es cómo prepararse para lo extraordinario, y cómo poder anticipar (para minimizar) su efecto exterior sobre la normalidad de la política doméstica.
La presión que la complejidad de los problemas globales de los últimos 3 años ha puesto sobre los gobiernos locales ha evidenciado cierta falta de capacidad de los sistemas políticos para procesar satisfactoria y efectivamente aquellos “huracanes sociales, políticos y naturales” exteriores. Esto es, cierta ineficacia en el entramado institucional nacional vigente (muchas veces decimonónico) para procesar problemas globales del Siglo 21. Estos generan presiones a los gobiernos para resolver problemas sociales cada vez más complejos con menos capital político y recursos económicos. Y frente a una sociedad “inundada” de información.
Lo que hemos presenciado en los últimos meses es un creciente números de casos en los que fenómenos políticos, sociales, médicos y naturales “exteriores” extraordinarios golpean sistemas políticos nacionales incapaces de procesarlos (en su combinación con las particularidades contextuales políticas, económicas y sociales domésticas). Esto acelera la inestabilidad de los poderes ejecutivos, propiciando un clima ideal para la ciudadanía para exigir recambios de gobierno.
Quizás, otra de las consecuencias silenciosas y “en desarrollo” que se ha iniciado con el COVID-19 es una creciente inestabilidad e inefectividad de los poderes ejecutivos para además hacer frente a un mundo inexorablemente ensimismado e interconectado donde lo extraordinario puede suceder. La pregunta entonces es cómo los arreglos institucionales y constitucionales fundacionales podrían regular las contingencias extraordinarias por venir.