Congelamiento de precios: misma receta, mismo resultado.

Congelamiento de precios: misma receta, mismo resultado.
Albert Einstein solía decir que, si uno espera resultados distintos, no debe hacer siempre lo mismo. Una vez más la economía argentina se enfrenta a un congelamiento de precios, el cual busca de forma extrema lograr una disminución en la tasa de inflación (la cual hace 12 meses que no desciende del 3% por mes y navega en niveles del 55% promedio anual). En vistas de una política que ha sido utilizada repetidas veces en nuestra historia, en este artículo repasaremos las principales consecuencias que ella trae aparejado.

Bien podría decirse que el control de precios (y su congelamiento) forma parte de un set de herramientas de política económica de corte heterodoxo. El principal motivo que tracciona este tipo de medidas es el deseo de disminuir la inflación sin afectar significativamente el nivel de empleo. Yendo un paso atrás, es conocido en la literatura económica el debate <o también llamado trade-off> entre inflación y desempleo. En líneas generales, un proceso de desinflación llevaría a una reducción de la tasa de variación de los precios con la contracara de generar una merma en el nivel de actividad y, consecuentemente, del empleo. Eso encuentra su razón de ser en que requiere de medidas de austeridad fiscal (de modo de reducir la emisión de dinero) y aumentos de la tasa de interés que permitan administrar y/o disminuir la cantidad de dinero en circulación, de modo que la demanda presione menos sobre la misma cantidad de bienes y, así, se reduzcan las presiones inflacionarias. No obstante, estos efectos colaterales pueden ser minimizados, o incluso erradicados, si se logra un compromiso que sea creíble por el público, de modo que el sector privado alinee sus expectativas de acuerdo a la política propuesta y el nivel de empleo no se vea amenazado[1].

Dado que ello requiere de un alto grado de coordinación, surgen medidas alternativas (también conocidas como heterodoxas), las cuales persiguen el mismo objetivo de desinflación, sin afectar en forma considerable el nivel de empleo. De este modo, una de ellas es el congelamiento de precios. Sin embargo, la utilización de este tipo de políticas tiene larga data y sus resultados han sido algo distintos a los esperado.

Como bien ha sido mencionado, el congelamiento tiene por objeto no afectar el empleo, por lo que propone la prohibición de cualquier aumento de precios durante un período dado. No obstante, ello produce reacciones en el sector privado que se manifiesta en la forma de adelanto o postergación del ajuste de los mismos. En otras palabras, se logra dilatar el incremento en el nivel de precios, pero no se elimina. De este modo, conforme se encuentre vigente la prohibición de ajustar precios, dichos aumentos no materializados se irán acumulando mes a mes hasta que la política sea suspendida, momento en el que el ajuste de precios será abrupto. 

En pos de una historia que podría anticipar el final de este episodio, consideramos relevante hacer un breve recorrido sobre algunas experiencias de controles y congelamientos de precios.

En un documento titulado “Tres ensayos sobre inflación y políticas de estabilización” (1986), Daniel Heymann analiza distintos planes de desinflación, entre ellos, el caso chino de mediados de siglo XX. En aquel entonces, el gobierno reconoció que fijar el tipo de cambio resultaba insuficiente para sostener un proceso de estabilización a lo largo del tiempo, de modo que la desinflación fuera duradera. Así, entre diciembre de 1947 y agosto de 1948 los precios mayoristas aumentaron a un ritmo promedio del 65% mensual. Por tanto, se recurrió a una reforma monetaria integral que generara un shock de expectativas que lograra apaciguar la dinámica inflacionaria. Entre las medidas empleadas, se creó una nueva moneda (yuan oro), se fijó un límite a la emisión monetaria por parte del Banco Central y se estableció el requisito de que este tuviera el 40% del dinero circulante respaldado por oro, plata y divisas. Adicionalmente se decretó un congelamiento de todos los precios de la economía. Si bien ello podría intuir que el resultado sería fructífero, dado el set de reformas llevadas a cabo, no fue eso lo que ocurrió. Como bien cita Heymann en su trabajo “Aparentemente, el primer efecto fue el esperado: el mercado negro de divisas desapareció, el Banco Central compró en las primeras semanas oro y divisas vendidos por particulares y los precios se mantuvieron estables. Sin embargo, el gobierno debió seguir emitiendo, especialmente para financiar los gastos de la guerra civil: en octubre, el volumen de yuanes oro en circulación era cerca de ocho veces el límite fijado. Rápidamente se apreciaron desabastecimientos: hubo compras preventivas, muchos comercios suspendieron las ventas y el control de precios se vio desbordado. En noviembre de 1948, el índice de precios era más de diez veces superior al de agosto”.

En el mismo año, el economista escribe otro trabajo donde ahonda en diversas políticas de estabilización. En este, destaca que en nuestro país tuvieron lugar una serie de programas en el período que abarca desde principios de los ’50 a principios de los ’80, los cuales incluían, entre otras cosas, políticas de ingresos en el sentido de acuerdo de salarios, fijación del tipo de cambio, acuerdo de precios y demás, los cuales, si bien pudieron exhibir algún tipo de éxito, este fue transitorio y no lograron el cometido de lograr un proceso de desinflación duradero en el tiempo.

Asimismo, refiere a la experiencia argentina del Plan Austral, donde menciona que el congelamiento de precios enfrentó una serie de dificultades, entre las que cita una alta incertidumbre respecto de los precios, la cual se conjugó con una retracción del consumo, lo que terminó causando una brusca contracción en los niveles de actividad de junio y julio de 1985. En este sentido, la minimización de los efectos colaterales a nivel actividad empleo se habrían concentrado en esos meses, pues luego se observó una reducción, aunque transitoria, en la tasa de inflación. Como bien señalan Frenkel y Fanelli (1987), la idea central de dicho congelamiento fue inducir a las personas a cambiar sus hábitos de consumo, pues ahora se garantizaba que los precios no aumentarían, por lo que era indistinto en qué momento del mes efectuaran las compras. Ello fue lo que permitió elevar el grado de coordinación y verificar una reducción posterior en el aumento de los precios. 

Así, el control de precios logró detener la inercia inflacionaria que acarreaba hace tiempo la economía. Sin perjuicio de ello, también es cierto que no logró resolver el problema inflacionario de fondo, pues los autores concluyen que “una medida heterodoxa como el congelamiento de precios, utilizada para una mejor coordinación de las decisiones de los agentes, demostró poseer la capacidad de inducir un gran cambio, en el sentido correcto, en el modo en que los agentes forman sus expectativas de precios de tal manera de llevar a la eliminación del componente inercial de la inflación. Sin embargo, la eliminación del componente inercial no implicó la desaparición del componente estructural de la inflación”.

Apartándonos de los casos extremos, Morra (2014) analiza el caso colombiano y chileno, donde ambas economías, partiendo de inflaciones moderadas[2], lograron concluir procesos de estabilización de forma exitosa. En estos, se destaca un programa integral que combinaba un cambio de régimen monetario[3] con una mejora en los resultados fiscales. Adicionalmente, subraya que el uso de un ancla nominal[4] puede funcionar como referencia del sistema económico, aunque ello no lo exime de que la propia dinámica del proceso genere que su valor real vaya quedando retrasado mientras el resto de los precios de la economía continúan ajustándose hasta alcanzar un nuevo equilibrio.

De ello se desprende que para desinflar se requiere de un programa integral acompañado de un ancla que permita la suavización en la corrección de los precios relativos, aunque de ningún modo eso se resolvería anclando el índice de precios, lo cual resulta tautológico y no soluciona el problema en sí mismo. Por lo tanto, se torna indispensable ejecutar una prudente corrección del resto de los precios de la economía, de modo de poder consumar el proceso de desinflación de forma exitosa. No obstante, el interrogante será en qué momento ejecutar dicho ajuste (previo, durante o terminado el programa), lo cual dependerá de las condiciones iniciales de la economía.

Por último, en línea con lo expuesto, Fanelli (2013) compara programas de estabilización heterodoxos y destaca que el Plan Austral argentino fracasó, pero no así el israelí, debido a que en el primero el uso de los instrumentos heterodoxos no pudo ser acompañado de los fundamentos fiscales y de financiamiento externo, mientras que el israelí sí. Por lo tanto, en su artículo marca una serie de condiciones que se deben dar en cualquier proceso de estabilización independientemente de la doctrina económica del hacedor de políticas:

  1. Resulta una condición necesaria terminar con el financiamiento monetario para disminuir la inflación. Es decir, eliminar la emisión por parte del Banco Central.
  2. Para perseguir a condición 1, se requiere que no exista dominancia fiscal. En otras palabras, refiere a que Banco Central cuente con una robusta independencia del Poder Ejecutivo, donde no se vea obligado a respaldar la falta de recursos por parte del fisco, lo que implícitamente supone que el Tesoro debe tender al equilibrio presupuestario.
  3. Se debe eliminar cualquier distorsión de precios relativos. En la medida que los precios de la economía no se encuentran alineados (por ejemplo, un atraso del tipo de cambio), los agentes esperarán y/o anticiparán una eventual corrección de estos, lo cual podría ser desestabilizante.

En conclusión, este breve repaso por la literatura y la experiencia argentina nos convoca a repensar las políticas que se despliegan en nuestra economía hoy en día. En este sentido, un control de precios podría lograr una merma en la tasa de inflación mensual, aunque no resolvería los verdaderos problemas de fondo causantes de la inflación crónica argentina. Asimismo, para lograr una coordinación de las expectativas de las personas <variable central en cualquier proceso de estabilización> se deberá primero contar con un plan económico integral y creíble. Por supuesto, para que este último aspecto sea alcanzado, se requerirá de reglas claras y un alto grado de institucionalidad, por lo que podría decirse que resolver el problema de la inflación en Argentina requerirá de años de esfuerzo colectivo y no tan sólo medidas que, si bien pueden generar una mejora transitoria en el bienestar, resultan accesorias.

Bibliografía citada:

Fanelli, J. M. (2013). El congelamiento de precios en Argentina: en busca de un relato que lo justifique.

Frenkel, R., & Fanelli, J. M. (1987). El Plan Austral: un año y medio después. El trimestre económico, 54, 55-117.

Heymann, D. (1986). Tres ensayos sobre inflación y políticas de estabilización.

Heymann, D. (1986). Inflación y políticas de estabilización. Revista de la CEPAL.

Morra, F. M. (2014). Moderando inflaciones moderadas. Documentos de Trabajo (IELAT, Instituto Universitario de Investigación en Estudios Latinoamericanos), (68), 1-75.


[1] La intuición detrás de esto yace en que en la medida que los precios aumenten en la misma proporción esperada por los agentes (expectativas alineadas), el sector privado no paga ningún costo de contratar mano de obra, pues abona un costo salarial en línea con lo esperado. Caso contrario, de verificarse una inflación menor a la esperada, el salario real que deben pagar los empleadores será mayor, lo cual podría generar despidos. Por ello, resulta fundamental coordinar expectativas de cara a un plan de desinflación, de modo de reducir los efectos colaterales sobre el nivel de empleo.

[2] En el orden del 15% al 30%, definidas como aquellas que no logran a generar problemas u obstáculos para el buen desempeño de la economía, pero que no son lo suficientemente bajas como para ser ignoradas.

[3] Otorgando al Banco Central independencia respecto del Poder Ejecutivo y fijando metas de inflación, entre otras facultades.

[4] Entre la amplia variedad de anclas nominales pueden citarse el tipo de cambio, las metas de inflación, el control de agregados monetarios, entre otros.